De Montserrat a Monserrate

noviembre 16, 2005

Santuarios religiosos y cotidianos y las sagradas lenguas

Señor lobisome.

Yo llegué a Cataluña con un guayabo terrible. La noche anterior se había casado mi tía en segundas nupcias con un oscence. Yo era el padrino a la tierna edad de 19 años. En la noche, después de comer como nunca he visto comer en mi vida, nos despacharon a la única callecita en Huesca donde hay, como dicen ustedes, marcha. Entonces también conocí el concepto de cubata y su poder devastador. Pero había que madrugar al día siguiente (que era sábado) para poder tomar el bus a Barcelona porque el pasaje lo tenía desde el miércoles por un neurótico arrebato de seguir el calendario.

Como todo me daba vueltas, apenas fui capaz de tomarme un tinto en el hotel donde generosamente me hospedó el ahijado, aunque inteligentemente me empaqué un sobao en el bolsillo. Eso fue lo que me comí cuando pasamos por Lleida, dos horas después de salir de Huesca, cuando por fin cogimos autovía. Eran los primeros días de julio y joé que caló. Pero solo sabía que estaba haciendo calor por el brillo del sol, que hacía arder mis aturdidos ojos, pues estaba con escalofríos. Dramático el asunto.

Ya desde la carretera pude ver Montserrat. Su silueta es inconfundible y misteriosa. Precisamente en Huesca había visto los mallos. Parecidos, sí, pero no se ven desde lejos. Porque Montserrat se ve allá lejos, medio salido de la nada, grande en medio de algo más o menos llano. Precisamente en lugares así ponen los santuarios siempre, como para que solo la gente de mucha fe se arriesgue a llegar allá o se haga el camino a pie.

Yo no hice el viaje ni en bus ni en funicular. No he ido aún a Montserrat a pesar de que después de esa primera vez he estado otras más en Cataluña. La razón, aparte de que soy hombre de ninguna fe, es que siempre he estado en la ciudad reticulada (o condal, que le dicen más así), habiendo salido apenas a Terrassa y a San Pol de Mar.

Igual en Barcelona abundan los templos. El que siempre ponen en las postales y que cuando lo terminen de construir tendrán que comenzar a reconstruir y la catedral, consagrada a mi tocaya Santa Eulalia y donde pude oir misa en catalán. Pero el templo al que más quería ir era el diminuto estadio del FC Barcelona. No sé cómo hice, pero logré entrar sin tener que pagar a las tribunas opuestas a las que están abiertas al público por el museo. Increíble el tamaño de ese edificio y de la cancha. Increíble que desde lo más alto pudiera verse casi toda la ciudad.

Allá volví, esta vez sí pagando, para ver lo que se ve en un estadio de fútbol. Volví a ver al Celta y a unos treinta mil culés (que se veían como dos hormigas en un carro) callados con el gol que le hizo Jesuli a Rüstü.

Ese mismo santuario fue objeto de una particular manifestación hace poco, cuando una bandera que mostraba las siluetas de las comunidades de Cataluña, Valencia y las Baleares decía "Països Catalans". Claro, el Nou Camp no sirve para celebrar el barcelonismo solamente sino también la catalanidad. El incidente, por lo que vi, hizo molestar, al menos, al presidente del Valencia, que hizo vestir a sus jugadores el originalísimo tercer uniforme, que tiene los colores de la bandera valenciana.

A mí el valenciano me parece bastante parecido al catalán. O igual. Pero entiendo que la "inocente" manifestación del Nou Camp haya molestado a algunos valencianos. Podrá decirse que desde el punto de vista lingüístico el valenciano es un dialecto. Pero desde el punto de vista político, y en vista de la necesidad de formar identidades en los países históricos de lo que hoy (después de tanto tiempo) es España, pues los valencianos tienen derecho de decir que es un idioma, así sea por capricho. Si no los dejan es feo.

Fue como una vez que un profesor mío dijo que el catalán era un dialecto del español sólo porque Cataluña está sometida políticamente a España. Eso no les habría gustado. Le reviré y me dijo que a Jordi Pujol le alegraría mucho mi punto de vista. Pero los mozos de escuadra no me dejaron darle el recado en la plaza de san Jaume.

Un saludo.