De Montserrat a Monserrate

marzo 21, 2007

En respuesta a su "Otoño"

Saludos, señor Juglar. En habiendo mencionado de nuevo a Barcelona en su blog, respondo en parte por nostalgia de sus letras y en parte por sentirme aludido.

Vayamos pues a lo que escribió en Juglar del Zipa:

Propios y extraños se engañan con el cuento de que todos son europeos y blancos. Basta caminar un rato por cualquier sector para ver cantidades importantes de gente mestiza en las que además predominan los rasgos indígenas. Sin duda hay más gente que parece «europeo puro» pero el fenómeno es el mismo de los teatros, avenidas, etc. La diferencia entre la gente que sale en los comerciales internacionales y los que salen en televisión nacional es, en ese sentido, abismal.

Sé a lo que se refiere, pues algo así me contó en su día sobre los paisas. Pero, además y barriendo para casa, me alegro de no pertenecer a ese grupo de patriotas de ciertas patrias que gustan de mirar el color de cabellos y piel para buscar estrangeros por la calle. Ahora mismo, en mi pequeña ciudad al otro lado de la chepa de Barcelona, cuanto más oscuro es el paisano con el que me cruzo me alegro por la mezcla presente y futura. Dígame iluso, pero siento sincera esperanza ante las futuras amistades de mi hija.

siento que en lo que va de esta temporada aquí me he vuelto de un patriotero inusitado y, lo más triste, vergonzante. Vine aquí a sorprenderme y nada ha sido así hasta ahora. Llegué con demasiadas expectativas, comenzando por la gente que decía que me iba a encantar.

Esto pasa con todo, o si no ya le contaré mi experiencia con "El Sexto Sentido". Pero también es cierto que a veces se desprecia lo propio con demasiada facilidad e incluso, tal como recuerdo de su querido bogotá, me miraban incrédulos sus paisanos al alabar su tierra y, para sus adentros, concluir que lo que yo bebía no era agua sino aguardiente caducado.

Por otra parte, es muy habitual radicalizarse en lo patriótico cuando uno deja su tierra. Ya me pasaba a mí veraneando en los páramos sorianos, sintiéndome más combativo que el mismo Carrasclet años antes de que siquiera se me ocurriese pensar en consultar el programa electoral de Esquerra Republicana de Catalunya. Eso sí, en mi caso era más en respuesta a ataques directos que no por simple nostalgia.

De momento los dejo con Barcelona. (Es curioso que haya llamado a Buenos Aires la Barcelona de los pobres. Cuando conocí Barcelona me dio la misma impresión y la odié también por el clima.) Esta Barcelona es una revista satírica que hasta ahora ha sido mi única fuente constante de información.

Sigo sin entender la relación entre Buenos Aires y Barcelona, aparte de la inicial. Pero vista la revista parece que se toman la comparación muy en serio. Lo que lamento es saber de su mala experiencia en mi tierra. Espero que solo fuese con el clima.

Y con esto me despido hasta la próxima.

Atentamente,
Lobisome.

marzo 16, 2006

Astucias primarias

Estimado juglar.

Siendo catalombiano, considero casi propios los avatares políticos que sufre Colombia. Así pues, sigo con creciente interés cuantas elecciones allí les convocan.

Sin querer entrar en el análisis de las más recientes, que me resultan demasiadas papeletas para un solo día, veo con sorpresa que las elecciones primarias de cada partido no son sólo para los militantes de cada uno, como aquí en Cataluña (y eso los escasos partidos no usan en mayor o menor medida la "dedocracia" para designar candidato), sino que están abiertas a todo el electorado colombiano.

Y más sorprendente es leer ver que otro compatriota de la blogosfera colombiana (el señor Castañeda) sospecha prácticamente lo mismo que el que suscribe: no hay forma de impedir que los votantes de un partido aprovechen las primarias del contrario para ensalzar al peor candidato contrario y, así, asegurarse la futura victoria del candidato propio.

Especulaciones aparte, y confesando la ignorancia que sufro sobre el funcionamiento de las repúblicas presidencialistas (a veces pienso que vivo en una monarquía bananera) no puedo evitar el paralelismo que veo entre las Elecciones Presidenciales de Colombia 2006 y las Elecciones Generales de España 2000.

Hacía cuatro años que el PSOE (socialistas, o más bien liberales para entendernos) había perdido el poder en manos del PP (conservadores, pero sin llegar a la ultraderecha que actualmente rezuman) y andaban más perdidos que un pulpo en un garaje (léase "mosco en leche"). Y en esto que tuvieron la feliz idea de convocar elecciones primarias, de las cuales salió un candidato socialista llamado Josep Borrell. Este señor, actualmente presidente del Parlamento Europeo, no era precisamente el candidato preferido de la cúpula del PSOE. Así que le acabaron obligando a dimitir para poner al candidato Almunia, un señor con todavía menos carisma.

Resumiendo, el PSOE fue incapaz de presentar una candidatura decente a la presidencia del govierno español y terminó regalándole la mayoría absolluta al PP. Lo cual, aparte de causar mi nacimiento como fervoroso simpatizante de ERC (liberales cuyo objetivo emblemático es independizar Cataluña de España), me indica que tienen ustedes Uribe para rato.

Atentamente
Lobisome

P.D.: recuérdeme por cierto que le defina convenientemente el término botifler usando al señor Borrell como insigne ejemplo.

Azul, verde o marrón...

... un cabrón es un cabrón.

Esta es la consigna que, sin acabarla de suscribir del todo, me vino al recordar de nuevo nuestras dos ciudades, empezando las dos por "B". Los colores, e insultos, de la consigna son para la policía que uno puede, o podía, encontrarse a lo largo y ancho del territorio español.

Sepa a modo de puntualización que azules son la Policía Municipal (los que a lo sumo te ponen multas de tráfico), verdes la Guardia Civil (militares metidos a policía, estos ya más en serio) y marrones eran la Policía Nacional (nacional de España, cómo no). Digo "eran" por que la democracia los acabó poniendo de azul invalidando la consigna. Y cabe decir que Franco les vestía de gris cuando se entretenían persiguiendo por la calle estudiantes, sindicalistas y demócratas de diverso pelaje.

Pero me estoy desviando del tema... Azules, eran azules los tres policías que ví juntos al salir hoy del tren camino del trabajo (puede contarle a sus paisanos que un servidor es como si fuera al trabajo en Transmilenio). Sí, tres, cifra inaudita, con furgón incluído!

Y recordé entonces la típica estampa bogotana en que los policías iban y venían en múltiplos de cinco. Y sí, me pasaba los días alarmado al ver tanto uniforme junto. Y es que debo aclarar que, a pesar de no haber tenido nunca problema alguno con uniformados (incluso me libré del Servicio Militar), vivo en un entorno en que la policía son pareja (de hecho) y el verlos convertidos en un trío más que morbo produce preguntarse: ¿Qué cosa tan grave estará pasando?

Recuerdo también a mi suegra, rola de pro sin llegar al chirrido, le quitaba contínuamente importancia hasta conseguir que lo aceptara como algo normal del lugar. Y tanto lo consiguió que acabé por convencerme que tanta presencia uniformada, tanto policía junto por la calle, tanto vigilante empistolado en cada tienda, tanto control de bolso entrando en centros comerciales y estaciones de Transmilenio... Todo eso era en parte, sólo en parte, consecuencia de un recuerdo de malos tiempos en que la violencia te esperaba a volver cada esquina sin importar el barrio.

De eso me convencí en parte por que no ví nada realmente peligroso en el mes que me pasé en Bogotá, por que Colombia se merece que sea verdad mi deseo y por haber recibido un trato exquisito de todo uniformado que me encontré, aunque fuera quizás por la ventaja de ser como un poco gringo.

Atentamente,
Lobisome

P.D.: déjeme puntualizarle que los policías que me despertaron el temor y el recuerdo no eran de ninguno de los cuerpos de seguridad antes mencionados, sino Mossos d'Esquadra, los "buenos" según a quién preguntes y que están desplazando ese color verde y apropiándose de casi todo el azul del territorio catalán.

marzo 14, 2006

El mito de ser bogotano

Estimado Lobisome:

Como en su caso, soy descendiente de inmigrantes. Bueno… más o menos. Aquí no se piensa en esos términos, solo si vienen de otro país. Por eso aquí no hay pingüinos. O tal vez los haya, pero no sabemos. Antes de responderle a esta pregunta debería presentarle el panorama de la identidad en mi ciudad.

Mi padre no nació en Bogotá, como yo, sino en Ibagué, a tres horas de aquí. Y sus padres, mis abuelos, nacieron en otros lugares del Tolima —el departamento del que Ibagué es capital— y Huila —que hasta el año en que nació mi abuela era parte del Tolima—. Mi madre sí nació aquí, al igual que sus padres. Pero la familia de mi abuelo era de Antioquia y la de mi abuela del norte de Cundinamarca. Hoy puedo decir que soy un bogotano de verdad, no solo porque aquí nací y he crecido, porque hablo con el insulso acento de esta ciudad y me encanta el ajiaco, sino porque parte de ser bogotano es ser descendiente de gente del Tolima, del Huila, de Cundinamarca, de Boyacá y de Santander —los departamentos cercanos a Bogotá— o, aunque en menor medida, de cualquier otro lugar de Colombia.

Solo hasta hace unos pocos años más de la mitad de la población de Bogotá llegó a estar representada por nativos de la ciudad. ¿De qué otra manera una ciudad crece de manera tan vertiginosa, tan espantosa, si no es con forasteros? Pasar de menos de un millón de habitantes a siete millones en cincuenta años es algo que solo pueden lograr los conejos. Y el fenómeno sigue, desde luego.

Sin embargo es común, dentro de la tradicional ignorancia y ceguera de este país, considerar que hay unos bogotanos “de verdad” y otros que son “provincianos” o “calentanos”. Según ese mito, esos venidos de más allá son apenas unos pocos, aunque cada vez son más, que han llegado muy recientemente, que no han podido ni han querido adaptarse al trajín de una metrópoli, de una capital que hasta hace unos años era “auténtica”.

En efecto, según el mito, antes del famoso 9 de abril de 1948, Bogotá era aún la ciudad de los bogotanos: se vestía de paño, se llevaba sombrero y paraguas, se era elegante y cortés con las damas, hacía muchísimo frío —note usted que el tema del clima es muy importante—, las familias se conocían las unas con las otras y, para no ir más lejos, había una indiscutible semejanza entre su urbanismo y el de Londres y París o, según otras versiones, la intelectualidad y la democracia era comparables con las de Atenas en tiempos de Pericles.

Aún hoy es posible oír a los ya octogenarios miembros de las dichas familias —las que se conocían entre sí— hablando con voz entrecortada sobre cómo era de bonito antes, sobre cómo podía irse al árbol a recoger nueces. Esas casas y esos árboles quedan hoy pero ahora hacen parte del centro —extendido— de una ciudad que ha crecido en tamaño mucho más que su población, que se ha tragado ya seis o siete pueblos aledaños y “amenaza” a otros tres o cinco. ¿Cómo quieren estos sujetos que la ciudad siga siendo la misma de hace años, el mismo villorrio a las faldas de Monserrate? Hoy la mayoría de sus hijos, nietos y bisnietos son inmigrantes en otros países, normalmente en calidad de embajadores, cargos directivos de empresas, estudiantes o sencillamente esposas. Me pregunto cómo se presentarán allá. ¿Como colombianos? Probablemente, como colombianos “pero más cercanos a ustedes”.

El caso es que ese mito de unos pocos ya es patrimonio de muchos aquí —y me incluyo— y sigue replicándose, en serio y en broma, en muchas situaciones. ¿Y cuándo es necesario hacer uso de él? Cuando nos enfrentamos al “otro”, a ese que en el mito se llama “calentano”, el que en su mitología nos llama “patifrío” o “enruanado”. Pero esa es otra historia que le contaré más adelante, mi querido hombre lobo.

Un saludo.

febrero 26, 2006

Yo fui pingüino, y usted?

Estimado señor Olaya, del Zipa juglar.

Tiempo atrás, a finales del siglo pasado, yo era en lo político lo que me dictaban mis genes y mi entorno, pero principalmente mis genes. Siendo mis padres de Soria, vivero de la extrema derecha y no casualmente limítrofe con Burgos, antigua capital de la España de Franco, y por otra parte habiendo crecido sobre las espaldas de Barcelona, vivero de todo lo que es moderno y progresista en España, votaba sin dudarlo a lo más centrista que hubiere (concretamente al CDS de Adolfo Suárez, nuestro carismático primer presidente democrático). Me sentía pues español sin estridencias y con todos los matices habidos y por haber. Primero español y después catalán con orgullo castellano, por así decirlo.

Era pues como uno de esos yugoslavos, obviamente antes de su guerra civil, que se consideraban como tales antes que servios o eslovenos. Pingüinos eran llamados por su escasez a la hora de definirse nacionalmente en los documentos. Bien mirado, yo en esa época me hubiera definido como catalán, pero sin saberle ver el conflicto, pues no podía entender una Cataluña fuera de España.

Y en esto que llegó Aznar y mandó parar. El enano este del bigote, a la que pudo governar sin necesidad de pactos, se encargó día a día de hacerme cada vez más incómoda mi españolidad. Curioso es que se me desatara este conflicto por una simples chapas.

Habíamos pasado por un apocalíptico final del dominio socialista español y, después, por un PP adalid del centro derecha moderado de la mano de nacionalistas vascos y catalanes. Pero, apoyado por el éxito de la anterior legislatura, el PP ganó con mayoría absoluta y la moderación y el diálogo se los dejaron en el armario de los trastos viejos. Así, quitándose la careta de centrista el PP salió con una norma de matriculación de vehículos que acabó por uniformizar todo coche (léase carro) vendido en España.

Hasta entonces, la matrícula de tu coche te identificaba como perteneciente a una u otra ciudad (más bien capital de provincia). Pero ya desde entonces todos nos veíamos obligados a lucir una enorme "E" de España.

Desde Cataluña se pidió seguir el modelo de otros países de la Unión Europea donde sí que se respetaba la identidad local de los conductores/automóviles añadiendo un escudito o similar para identificar el lander (léase región o departamento) al lado de la gran letrota del país.

¿Y qué contestó el gobierno de Madrid? pues fue el mismo Aznar en persona que dijo a los periodista "Yo me dedico a hacer política, no a hablar de chapas". Y así fue como sentí la primera bofetada de desprecio anti-catalán venido desde el centralismo oficial español. Chapas... resulta que el símbolo de identidad de un pueblo (no me meto en si es nacional o no) es una vulgar chapa. Dudo que los españoleros rancios como Aznar recibieran de buen grado a alguien que tildase de "vulgar trapo" a su sacrosanta bandera española.

Y desde entonces fue un no parar hasta llegar al boicot a los productos catalanes, la mentira institucionalizada contra cualquier reclamación catalana por legítima que fuera y reavivar el fantasma de una falsa persecución del español en Cataluña (y lo que te rondaré morena, que en una semana esta lista quedará desgraciadamente obsoleta).

Al final hasta desde Madrid se preguntan, pocos allí pero lo hacen, si Cataluña realmente se quiere independizar de España o es que la están echando fuera a patadas. Yo tengo muy claro que nada me gustaría más que estar contento de ser español, de ser uno de esos felices (o ilusos) pingüinos. Pero el presente, el pasado histórico y lo que se nos viene encima me hace sentir como catalán y sólo catalán deseando que algún día este sentimiento se vea ratificado en mi documentación y poder vivir en mi tierra libre de la bilis que pudiera producirse en Madrid, de la misma forma que ahora me resbala lo que se pueda decir de Cataluña en París, Londres o Lisboa.

P.D.: tiempo después otro PPero insigne decidió burlarse de las pretensiones catalanas de tener selecciones nacionales propias y oficiales con un "¿selecciones de qué, de canicas?" para luego ver cómo la selección catalana de hockey patines ganaba el mundial B en Macao. Y tuvo que lanzarse toda la maquinaria diplomática, y no tan diplomática, de la imperial España para evitar que los catalanes nos hiciéramos con el mundial A del año pasado.

febrero 25, 2006

Especialista en salchichas

Estimado Juglar.

Veo con sorpresa la espectación causada por un comentario suyo de su blog "especialistas en salchichas" (País de oportunidades). Cierto es que cada cual se sabe lo suyo, y por ello sus compatriotas han reaccionado mayoritariamente con irónica indignación. Yo también me cabrearía como una mona si, encontrándome en proceso de búsqueda de trabajo, me enterase casualmente de semejante oferta.

Pero debo añadir que la distancia me premite otro tipo de análisis: muy posiblemente, la intención del polémico cartelito fuera el conseguir la excelencia del producto.

Déjeme que me explique. A priori, el proceso de cocción de un hot-dog es de una sencillez supina, cierto, pero habitualmente el cuidado en los pasos más tontos de un trabajo es lo que marca la diferencia entre la excelencia y la mediocridad. Más cerca de mi geografía conozco el caso del café, y no comentaré esta vez el calvario que me supuso la caza del spresso en Bogotá (puede usted leerlo en catalán o en español, como prefiera). Aquí, en Barcelona, acostumbran a encargar la elaboración del café al más novato de la casa. Así pues, es también muy habitual que el café sea todo lo penoso que se pueda esperar y que si uno quiere asegurar el tiro mejor que vaya directamente a establecimientos especializados como lo que en Bogotá sería una cafetería Juan Valdez. En Italia, en cambio, el spresso es un objeto de culto y antes muertos que dejar la cafetera en manos indignas. Es más, dicen que lo habitual es que sea el más experto de la casa el encargado de destilar el negro y espeso néctar.

Por eso quiero pensar que el dueño de aquel local del cartelito quería convertirse en un referente de calidad en hot-dogs en vez de lo que opinaron los malpensantes: que era un acto de prepotencia del dueño ante la interminable cola de candidatos a darle vueltas a la salchicha.

Por otra parte, coméntame mi señora que me fije en la gran diferencia entre ser un cliente europeo-mediterráneo y serlo latino: nosotros buscamos la excelencia en la comida, y ustedes en la música. Por eso cada uno interpretó a su manera el cartelito de marras.

PD: también es aclaparadora la diferencia en el personal de servicio, pues a pesar de que a mi carácter arisco le resultase agobiante lo servicial del camarero colombiano, debo romper una lanza en honor de todos ellos/as recordando también tanto camarero/a compatriota que parece haber nacido con cara de vinagre.

noviembre 22, 2005

El nombre, la cosa y la madre de cada uno.

Señor Juglar.

Déjeme felicitarle por una visita tan atípica como placentera a mi terruño, o al menos lo bastante positiva como para traerle de vuelta las otras veces que indica. Por cierto, no se olvide de avisar de su próxima visita. Será un placer.

Entrando ya en materia, debo decir para evitar las ofensas, al presidente del Valencia me refiero, hacen falta dos cosas: tacto y falta de ganas de ofender, y un mínimo margen que aquí expresamos como no tener la "piel demasiado fina". Por que a este paso deberemos ir pidiendo disculpas previas hasta para afirmar el color del cielo y las nubes. Por que sí, el catalán y el valenciano son exactamente el mismo idioma, y reaccionar ante esta afirmación como si te hubieran mentado la madre es equivalente a reclamar el derecho a decir que la Tierra es plana (por que me da la gana) y amenazar de partir la cara de todo aquél que diga lo contrario.

Cierto es también que los valencianos tienen todo el derecho del mundo de decir que ellos hablan valenciano. Pero lo mismo pasa con los españoles que llaman "castellano" a su idioma, pero que además ante la pregunta "Pero castellano e idioma español es lo mismo ¿verdad?" ellos responderán un "sí,claro" rápido y contundente. El problema aquí es que en Valencia hay demasiados que, por intereses políticos, ha ocupado años y décadas en intoxicar un tema tan claro y diáfano con algo tan aberrante como confundir "la cosa" con "el nombre de la cosa". Por que, de hecho, no hay lingüista serio que se atreva a negar la unidad del idioma, véase el dictámen correspondiente de la "Acadèmia Valenciana de la Llengua" (1):
Traduzco el punto 6:
"Es un hecho que en España hay dos denominaciones igualmente legales para designar esta lengua: la del valenciano, establecida por el Estatuto de Autonomía de la Comunidad Valenciana, y la de catalán, reconocida por los estatutos de autonomía de Cataluña y las Islas Baleares, y avalada por el ordenamiento jurídico español y la jurisprudencia. ...".
Esto dicen los autoproclamados defensores del valenciano al estilo de la Real Academia Española de la Lengua, doctores tiene la Iglesia y eso es lo que dicen. Que me expliquen los fundamentos contrarios.

También ocurre, como en casi todos los temas humanos habidos y por haber, que una minoría escandalosa se hace pasar por una mayoría aclaparadora. Pues detrás de tanto blavero (fascistoides y anticatalanes a partes iguales), conservadores aprovechados (el PP) y progresistas timoratos (el PSOE) tenemos entidades como "valencianisme.com" que aceptan sin tapujos la unidad del idioma y llegan hasta a proponer soluciones de consenso como llamar a "valencià-català" al idioma (2) (propuesta aceptada fríamente en Cataluña y visceralmente rechazada por blaveros y adyacentes) y todo tipo de asociaciones, entidades y empresas valencianas que participan activamente en el "Correllengua"(3) que culminó este año con el tan polémico acto en el Camp Nou del Barça (casi medio millar de actos organizados a lo largo y ancho de los territorios de habla catalana, también conocidos como "Països Catalans"). Y aquí tenemos el otro conflicto.

Confunden de nuevo el nombre con la cosa y pretenden a cualquier precio ser cualquier cosa antes que catalanes. Pero nadie dice que los valencianos sean catalanes, sino que hablan catalán (aunque su variedad, dialecto queda feo, del catalán recibe el nombre tradicional de valenciano) y como catalano-parlantes forman parte de los Países Catalanes (Països Catalans). Admito pues que la ofensa se pueda sentir por el nombre, pero nunca en este caso por la cosa. Y por dicha ofensa llevamos décadas reinventando el término sin éxito. Por cierto, que fue un valenciano quien se inventó el nombrecito (Bienvenido Oliver i Esteller en el libro "Historia del Derecho en Cataluña, Mallorca y Valencia. Código de las Costumbres de Tortosa, I" Madrid, 1876) y otro valenciano quien lo popularizó (Joan Fuster en "Nosaltres els valencians", 1962)(4). Pero aun así, si se sigue considerando el término "Països Catalans" políticamente incorrecto, reúnanse los doctos en la materia y póngase de acuerdo para cambiarlo. Los doctos digo (Acadèmia Valenciana de la Llengua, Institut d'Estudis Baleàrics e Institut d'Estudis Catalans), nunca los políticos que justamente por esto de mezclar ciencia con política tenemos el lío que tenemos.

Afortunadamente, todo acaba cayendo por su propio peso como hace unos días en que Francisco Camps, presidente de la Generalitat valenciana llevó ante el Comité de las Regiones (CdR) de la Unión Europea su delirio de "valeciano diferente de catalán" y fue traducido del valenciano al inglés por la misma traductora que poco antes había traducido la intervención de Pasqual Maragall del catalán al inglés (5). Por que al final va a resultar que esas dos lenguas tan parecidas, no es que serán idénticas, sino que son la misma.

Por otra parte, déjeme hacer hincapié en el curioso hecho de que son justamente los que menos conocen, o usan, el idioma (llamémosle catalán y/o valenciano). Y como muestra un par de ejemplos. Fíjese primero en la enorme diferencia que nos encontramos entre la wiki en español(6) y en catalán(5). En catalán habla de cultura y define el término como "territorio donde sus habitantes hablan catalán, o existen derechos y deberes lingüísticos para los habitantes en dicha lengua" y, como mucho se hace referencia a los diferentes nombres que se han barajado en un infructuoso intento de evitar polémicas. En cambio, en español se lían a hablar de pancatalanismo y proyectos políticos, fruto seguramente del siguiente encabezamiento "La exactitud de la información de este artículo está discutida
La versión actual no es necesariamente fiable; en la página de discusión puede consultar el debate al respecto.". Allí se desata la tormenta de tirios y troyanos confundiendo política con cultura y provocando, imagino, la peor de la úlceras al pobre infeliz del encargado de escribir tan polémico artículo.

Pero déjeme terminar con un pequeño episodio de surrealismo parlamentario ocurrido recientemente en el Congreso de los Diputados (de España). Tratando el tema de las felicitaciones de navidad, una diputada valenciana de Izquierda Unida propone que el texto sea en las cuatro lenguas oficiales en España (español, galleco, euskera y catalán) es decir: Feliz Navidad, Bo Nadal, Zorionak y Bon Nadal. Y en esto que salta otro diputado valencia, pero del PP, insistiendo en que también había que añadir el valenciano dejando el texto como "Feliz Navidad, Bo Nadal, Zorionak, Bon Nadal y... Bon Nadal!!!". Al final, no hay consenso ni sentido común y la felicitación quedará sin texto o sólo en español. Una puntualización: la diputada de Izquierda Unida habla valenciano habitualmente, mientras que al del PP que tanto dice preocuparse por la lengua de los valencianos cuesta recordar la última vez que la usó en público(7).

En definitiva, que quien menos sabe es quien más la lía. O dicho de otra forma, la ignorancia, que es muy osada.

Fuentes:
(1) Acadèmia Valenciana de la Llengua (en valenciano)
(2) Valencianisme.com (en valenciano)
(3) Correllengua (en catalán)
(4) Països catalans en Wikipèdia (en catalán)
(5) Diario Levante
(6) Países catalanes en Wikipedia
(7) Bon Nadal (o Bon Nadal)
(y 8) Internostrum (para las traducciones necesarias)

noviembre 16, 2005

Santuarios religiosos y cotidianos y las sagradas lenguas

Señor lobisome.

Yo llegué a Cataluña con un guayabo terrible. La noche anterior se había casado mi tía en segundas nupcias con un oscence. Yo era el padrino a la tierna edad de 19 años. En la noche, después de comer como nunca he visto comer en mi vida, nos despacharon a la única callecita en Huesca donde hay, como dicen ustedes, marcha. Entonces también conocí el concepto de cubata y su poder devastador. Pero había que madrugar al día siguiente (que era sábado) para poder tomar el bus a Barcelona porque el pasaje lo tenía desde el miércoles por un neurótico arrebato de seguir el calendario.

Como todo me daba vueltas, apenas fui capaz de tomarme un tinto en el hotel donde generosamente me hospedó el ahijado, aunque inteligentemente me empaqué un sobao en el bolsillo. Eso fue lo que me comí cuando pasamos por Lleida, dos horas después de salir de Huesca, cuando por fin cogimos autovía. Eran los primeros días de julio y joé que caló. Pero solo sabía que estaba haciendo calor por el brillo del sol, que hacía arder mis aturdidos ojos, pues estaba con escalofríos. Dramático el asunto.

Ya desde la carretera pude ver Montserrat. Su silueta es inconfundible y misteriosa. Precisamente en Huesca había visto los mallos. Parecidos, sí, pero no se ven desde lejos. Porque Montserrat se ve allá lejos, medio salido de la nada, grande en medio de algo más o menos llano. Precisamente en lugares así ponen los santuarios siempre, como para que solo la gente de mucha fe se arriesgue a llegar allá o se haga el camino a pie.

Yo no hice el viaje ni en bus ni en funicular. No he ido aún a Montserrat a pesar de que después de esa primera vez he estado otras más en Cataluña. La razón, aparte de que soy hombre de ninguna fe, es que siempre he estado en la ciudad reticulada (o condal, que le dicen más así), habiendo salido apenas a Terrassa y a San Pol de Mar.

Igual en Barcelona abundan los templos. El que siempre ponen en las postales y que cuando lo terminen de construir tendrán que comenzar a reconstruir y la catedral, consagrada a mi tocaya Santa Eulalia y donde pude oir misa en catalán. Pero el templo al que más quería ir era el diminuto estadio del FC Barcelona. No sé cómo hice, pero logré entrar sin tener que pagar a las tribunas opuestas a las que están abiertas al público por el museo. Increíble el tamaño de ese edificio y de la cancha. Increíble que desde lo más alto pudiera verse casi toda la ciudad.

Allá volví, esta vez sí pagando, para ver lo que se ve en un estadio de fútbol. Volví a ver al Celta y a unos treinta mil culés (que se veían como dos hormigas en un carro) callados con el gol que le hizo Jesuli a Rüstü.

Ese mismo santuario fue objeto de una particular manifestación hace poco, cuando una bandera que mostraba las siluetas de las comunidades de Cataluña, Valencia y las Baleares decía "Països Catalans". Claro, el Nou Camp no sirve para celebrar el barcelonismo solamente sino también la catalanidad. El incidente, por lo que vi, hizo molestar, al menos, al presidente del Valencia, que hizo vestir a sus jugadores el originalísimo tercer uniforme, que tiene los colores de la bandera valenciana.

A mí el valenciano me parece bastante parecido al catalán. O igual. Pero entiendo que la "inocente" manifestación del Nou Camp haya molestado a algunos valencianos. Podrá decirse que desde el punto de vista lingüístico el valenciano es un dialecto. Pero desde el punto de vista político, y en vista de la necesidad de formar identidades en los países históricos de lo que hoy (después de tanto tiempo) es España, pues los valencianos tienen derecho de decir que es un idioma, así sea por capricho. Si no los dejan es feo.

Fue como una vez que un profesor mío dijo que el catalán era un dialecto del español sólo porque Cataluña está sometida políticamente a España. Eso no les habría gustado. Le reviré y me dijo que a Jordi Pujol le alegraría mucho mi punto de vista. Pero los mozos de escuadra no me dejaron darle el recado en la plaza de san Jaume.

Un saludo.